Las cosas que están mal hechas desde el principio no son las que me incomodan, son los pequeños detalles negativos que transforman las cosas en incómodas. Pensar en esto me atormenta porque los objetos realizados de mala gana buscando el conformismo simplemente las puedo desechar o tener la opción de ni siquiera escogerlas pero, ahora, los objetos donde podemos ver el sudor plasmado buscando excelencia, utilidad y comodidad se convierten automáticamente en mediocridad, pérdida y estorbo sólo por mínimos detalles me molesta hasta el punto en donde mi ser se carcome solo.
El momento en que me ducho en mi casa es inviolable. Al cruzar la puerta del baño con el equipo de sonido y mi iPod en él, esperando el tacto de mi pulgar para escoger un artista en este ritual eduardiano en mi mano izquierda mientras que la derecha sostiene una toalla y otro utensilio o cosmético que vaya a necesitar para la post-ducha. Selecciono con extrema meticulosidad el artista que escucharé durante veinticinco minutos a partir de ese momento, claro está que todo éste proceso tardará dependiendo de mi estado emocional y el artista que quiera o se me apetezca escuchar. La música retumba, la puerta tiembla y yo posiblemente ya me encuentre en la ducha. Al entrar mis dedos sienten el frío piso de cerámica que indica que nadie la ha usado aún. Giro la manilla de agua caliente y el agua con retraso de un segundo cae en mi antebrazo, fría. Mientras se empieza a templar me recuesto de la pared apoyando mi brazo en la pared y en el, mi cabeza. Respiro lentamente ya el vapor del agua caliente y nivelo con la manilla de agua fría. Y es ahí, en ese momento donde la ducha huele a óxido. Un proceso al cual me aplico y dedico, arruinado para mi por un simple detalle, óxido. Claramente el agua dejará de tener óxido dentro de diez segundos pero fue ese tiempo suficiente para sacarme de quicio y arruinar cada vez mi baño una y otra vez.